viernes, 25 de diciembre de 2015

DIECISÉIS ROSAS PARA UN ADIÓS


DIECISÉIS ROSAS PARA UN ADIÓS

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Voy a contarte esta historia para que comprendas porqué mi hijo lleva el
mismo nombre y apellido que tú sin tener un gen de parentesco. Es una
historia larga: ponte cómodo.Te hablaré del doloroso viaje que emprendí
hacía mí misma para asumir las cosas de la vida, y aprender a amarme. Al
final ablandarás tu quijada y la interrogación dolida de tus ojos se
desdibujará, entonces podremos hablar del amor que nos está quemando y
que consideras prohibido. Cuando tocaste mi puerta, presentí que...
alguien
demasiado importante, había golpeado los postigos repintados de color
mantequilla. Era muy noche. Te vi como una aparición: pantalones de
mezclilla, gorra negra y los músculos de tus brazos dibujados en tu
camiseta. No podía creer en mi suerte, yo que vine a sanar heridas a
este pueblo de un precioso cielo azul en el fin del mundo, tenía frente
a mí a un joven de cabello rubio, ojos verdes y ceja azteca. Era tan
noche que tuviste que dormir en mi casa, la cual fue de mis abuelos,
pintada toda de blanco por mi propia mano. Dormí con un ojo abierto y a
ratos me soñé destazada por un loco de cara bonita, como en las
películas, pero tu nombre y la razón por la que llegaste a este pueblo
me obligaron a alojarte esa primera noche. Buscabas a Marielena y me
encontraste a mí. Al siguiente día me acompañaste a la escuela, que esta
hundida de un lado como barco olvidado, donde soy maestra. Recuerdo ese
primer día junto a ti porque sentí el sol más intenso, el color blanco
de las casas me encandiló y me percaté de que los rosales estaban
florecidos, y al final de ese paisaje  estabas tú, alto y de tan buen
porte. Deseé que por la tarde, terminado el asunto al que venías no te
despidieras para siempre. Adiviné. Te instalaste en una casa abandonada
hace más de una década y ofreciste pagar arrendamiento a los vecinos,
quienes sonrieron ante tu ofrecimiento y te la prestaron en nombre de
los propietarios, porque aquí no se usan las rentas. Mis alumnos lo aman
todo, por eso aceptaron con agrado al gringo que estudia junto con
ellos, trae una computadora portátil y los hace reír a rabiar con su mal
español cuando pronuncia sus nombres, no saben que aprende poco el
idioma, pero observa con sospechoso atrevimiento a la maestra, simulando
interesarse por la gramática. No sé como reaccionar ante este amor
inesperado, lamento que mi corazón que tan a gusto invernaba se haya
despertado y pueda sufrir de nuevo. He esperado tus preguntas estos
meses, una declaración de amor o cuando menos el porqué mi hijo y tú
comparten nombre y apellido. Escribo las respuestas. Las borro. Las
reinvento. Pero tu discreción es el colmo y me dices que mañana te irás
para siempre; por eso voy a narrarte  esta historia a lo largo de la noche:

 Nací en este pueblo de un profundo cielo azul. Emigramos a la ciudad
cuando cumplí siete años, ahí todavía viven mis padres. Para estudiar me
fui  a la capital del estado y ahí estudie para Maestra de primaria.  Al
graduarme pedí que me designaran esta escuela en este pueblo oculto del
mundo.

Conocerás por mis labios a Julia: tiene los ojos alegres, la sonrisa
pronta, la espalda recta porque nació para triunfar, fue mi  mejor amiga
en aquellos días aciagos; sabrás de Gloria Méndez  que tiene el cabello
más negro que he visto y los dientes alineados y perfectos, nació y
creció en la abundancia de bienes y afectos, pero a veces no basta con
la buena estrella,  hay que luchar  por la familia, a veces  sacrificar
amores intensos.  Sin remedio te hablaré de Sara, una niña color canela,
acostumbrado al maltrato de la vida, quien sin saberlo marcó tu destino
y el mío en una madrugada de lluvia intensa cuando por decisión propia
perdió un hijo. También te contaré de mi lucha contra el desamor a mí
misma, que me impidió durante mucho tiempo respetarme. Deja de mirarme
con ojos de amor imposible. Pon atención. No me interrumpas. Escucha
hasta el final porque es ahí donde  apareces como protagonista de un
hermoso desenlace.



 1.- La tumba de /Marielena./

             Era día de muertos y mi último año en la escuela. Ese día
acompañé a mamá a este pueblo escondido que pellizca la arenosa rivera
de un río seco. Parecería que el tiempo se detuvo aquí, la gen

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